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Diversos estudios realizados en los últimos años apuntan a que las empresas lideradas por mujeres obtienen mejores resultados económicos. Ello se atribuye al hecho de que en general, además de estar técnicamente bien preparadas, ellas son más polivalentes, más empáticas, comunican mejor y tienen más visión a largo plazo que los hombres. Toman decisiones de forma estratégica e inclusiva. Los datos hablan por sí solos, sin embargo, hay que aceptar que lo anterior es una generalización que excluye a muchos hombres de ese perfil conductual.

La conducta es fruto de las creencias y capacidades que hemos aprendido, por tanto, muchos estereotipos falaces son fruto de una educación y una cultura que insisten en mantener una polarización de los talentos masculinos y femeninos. La neurociencia es clara: aun existiendo diferencias razonables entre los cerebros de ambos géneros, no justifican una diferencia de conductas tan grande como se manifiesta en nuestra sociedad. Cada persona es potencialmente capaz de adquirir las competencias necesarias para manejarse en su medio.

Nuestra sociedad evoluciona de forma acelerada y ha dejado de necesitar esos roles diferenciados que, al convertirse en anacrónicos produjeron una grave desigualdad entre hombres y mujeres.

La igualdad no debería ser el debate, pues en el siglo XXI no son discutibles ni la competencia ni los derechos de las mujeres.

Que no haya más mujeres en posiciones de poder se debe a un abuso de esas creencias ancestrales, que han favorecido a los hombres. A menudo se argumenta que son las propias mujeres las que se autolimitan profesionalmente para poder atender a los hijos. Esto es un reflejo de que son necesarios cambios culturales y estructurales a nivel global.

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Resumiendo, potencialmente todos podemos adquirir las mismas capacidades. Sin embargo, dicho esto, también es evidente que las diferencias entre personas son naturales y necesarias para evolucionar como organización e incluso como sociedad.

Cuando nos referimos a talentos y capacidades de liderazgo, debemos hacerlo con el enfoque de personas con diferencias individuales que deben complementarse. Si existen pautas conductuales distintas todavía atribuibles al género, aprovechémoslas en positivo. En efecto, la evolución radica en la capacidad de conectar, colaborar y complementarse. La creación de valor está en la interacción, no en la suma de talentos individuales. Uno más uno no siempre son dos cuando hablamos de relaciones humanas.

Menoscabar el talento femenino es simplemente perder talento valioso para la empresa y para la sociedad. Toda empresa que desee crecer actuará de forma inteligente si contrata por igual a hombres y mujeres, si les dota del mismo poder y si les retribuye por igual. Se trata de pensar en clave de talento y potenciarlo.

Una organización rica es aquella que apuesta por la diversidad y la complementariedad.

Gina Aran
Socia Directora Grupo Humannova
Máster en Psicobiología y Neurociencia Cognitiva
Licenciada en Administración y Dirección de Empresas
Miembro de la Asociación 50a50.org

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